En ocasiones, sentimos que Dios no nos observa cuando pecamos, ya que tendemos a evitar enfrentar nuestros errores debido a la vergüenza, la incomodidad o el deseo de no confrontar nuestro comportamiento esperado.

La Biblia tiene mucho para decirnos sobre la presencia de Dios.

Sabemos que Dios es omnisciente, omnipresente y omniportente, lo que nos lleva a entender que sea en la situación que nos encontremos, Él no está observando.

Recordemos que desde el principio, Adán y Eva al comer del fruto prohibido se “escondieron” de la presencia de Dios, creyendo que no los encontraría.

Génesis 3:

Pero Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó:

—¿Dónde estás?

El hombre contestó:

—Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.

 

Lo que Adán no sabía es que Dios siempre supo dónde estaban. El que cometamos algún pecado no nos hace invisibles a nuestro Padre.

Las Escrituras nos dan muchos testimonios de personas que tomaron decisiones con la seguridad equivocada de que Dios no los miraba:

  • Caín, cuando le miente a Dios acerca de su hermano Abel (Gn 4:9).
  • David, cuando peca contra Betsabé y Urías (2 S 11).
  • Jonás, cuando huye de Nínive (Jon 1).
  • Judas, cuando traiciona a Jesús (Lc 22:3-6).
  • Ananías y Safira, cuando mintieron al extraer el valor de la propiedad (Hch 5:1-11).

Cuando pecamos, Dios está justo ahí, junto a nosotros. Él mira nuestra perversidad, nuestra vergüenza, nuestra debilidad, nuestra insensatez, nuestra falta de dominio propio. Pero Su santidad no le permite dejarlo pasar; debe traer juicio.

Recuerda que aunque buscamos depender cada día más de Cristo para soportar la tentación, tenemos la maravillosa certeza de que «si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo» (1 Jn 2:1). Así que cuando pecamos, la pregunta no debería ser «¿A dónde huiré?», sino «¿A dónde iremos, si solo Tú tienes palabras de vida eterna?» (Jn 6:68).

Esto es verdad para todos los cristianos que han venido a la fe en Jesús. Cuando quitas las manos de tus ojos, enfrentas tu pecado y miras a Cristo, la presencia de Dios deja de ser una sentencia contra ti y se transforma en una hermosa promesa… Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había «escondido»

Lc 19:10

Te animamos a buscar la santidad para la que fuimos llamados.

 

 

 

Extracto de artículo de Coalición por el Evangelio.