La disciplina ha caído en estigma en algunos círculos al punto que se han establecido propuestas como el de permitir total libertad al ser humano para que aprenda por experiencia y eliminar toda influencia de adultos así como de principios y valores llevándonos a crear ideales que contradicen y generan seres infelices y sin rumbo.

Parte de los argumentos en contra de la disciplina proviene de la aplicación de castigos cargados de odio, resentimientos, y la repetición de modelos de crianza basados en la violencia. Ante esto muchos han preferido dejar en amplia libertad y eliminar toda barrera en la vida de sus hijos e hijas incluyendo la disciplina.

¿Se puede disciplinar con ternura y sin hacer daño? A esta inquietud podríamos responder comparando con un aforismo campesino que dice: “Lo que se siembra se cosecha”; la disciplina hecha con amor buscando el buen crecimiento de nuestros hijos e hijas es como cultivar con afecto una linda planta que luego se volverá un frondoso árbol. Lo contrario también es cierto, que si aplicamos castigo con ira y violencia generaremos rencor, resentimiento y rebeldía; igual a descuidar una planta que no crecerá adecuadamente, no dará los frutos esperados y se echará a perder. He ahí el valor de la disciplina.

La disciplina es un elemento pedagógico en el crecimiento de nuestros hijos e hijas que debe ser realizado con amor.

Y ustedes padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor –Efesios 6:4

Si creemos en un Dios de amor, entonces debemos disciplinar con gestos que reflejen amor, afecto y ternura; signos que comunican a nuestros hijos e hijas al Dios que nos ama tiernamente y que anhela lo mejor para ellos. Y no disciplinarlos es perderlos.

Por: José Bagua, World Vision