Hace algunos años, cuando mis hijos eran pequeños fuimos a pasear a Cayambe, mientras los mayores jugaban fútbol con papá, yo jugaba con mi hijo menor. Le gustaban mucho los caballos, y en ese lugar los rentaban, pero él no lo pidió de la manera correcta solo lloró y gritó que quería subir al caballo, no cedimos ante su pedido y por mas explicaciones que dimos solo lloraba.

Al dia siguiente fue a su Jardín y a media mañana nos llamaron para avisarnos que el niño se sentía mal. Cuando lo revisamos, nos dimos cuenta que empezaba el brote de rubiola, la pregunta de la doctora fue, ¿no ha estado muy lloroncito estos días?, porque seguramente ya se sentía mal. Imagínate como me sentí de haberlo corregido por ignorancia, no era un berrinche, con el llanto solo nos avisaba que estaba mal. Obviamente hablamos con mi pequeño y le pedimos perdón.

Cuantas veces la inexperiencia, el estrés, el cansancio, la frustración y la ira, entre otros, nos llevan a cometer errores con nuestros hijos y en ocasiones cometemos abusos, no nos damos cuenta lo que estamos sembrando en su corazón. Las palabras son como semillas emocionales que sembramos en su corazón y en el momento de enojo, abusamos de las palabras y los lastimamos.

La Biblia dice en Mateo 12:36 que daremos cuenta de toda palabra que hablamos…

Qué has sembrado en el corazon de tus hijos, la única manera de desarraigar la semilla del dolor es pidiendo perdón, es mirar a los ojos a nuestros hijos y decir lo siento, restituir con palabras de aceptación y elogios.

Cuando pedimos perdón damos un mensaje: “no somos perfectos, reconocemos nuestros errores, tu corazón nos interesa y anhelamos tu bien”.

Cuando nuestros hijos crezcan les será mas fácil reconocer sus errores y pedir perdón.

El perdón es una expresión de un amor maduro, centrado en el otro antes que en uno mismo. Hay personas que piensan que pedir perdón les podría restar autoridad, pero al contrario, los hijos podrán confiar en sus padres y ellos podrán pedir perdón. Recuerda nuestros hijos no necesitan padres perfectos sino honestos.

Por: Martha Claudia Mosquera