Vivimos en una era donde todo parece estar al alcance de un clic.
Pedimos comida y llega en minutos, mandamos un mensaje y esperamos respuesta inmediata. Si una página no carga en tres segundos, la cerramos.
Si una oración no se responde enseguida, dudamos.
Nos hemos acostumbrado a la inmediatez, y sin notarlo, nos estamos volviendo impacientes con todo y con todos, incluso con Dios.
Pero la paciencia no es solo una cuestión de buena educación o de carácter tranquilo; es una virtud espiritual que refleja confianza en los tiempos de Dios.
En Gálatas 5:22 se nos recuerda que la paciencia es parte del fruto del Espíritu Santo. No nace de manera natural, sino que se forma cuando el corazón decide rendirse al proceso, cuando aprendemos a confiar más que a controlar.
La espera también enseña:
Esperar no es perder el tiempo.
A veces, mientras tú esperas, Dios trabaja. En la demora, Él está formando algo más grande que la respuesta: tu fe, tu carácter y tu dependencia de Él.
Abraham esperó años por una promesa, José soportó injusticias y prisión antes de ver su propósito cumplido, y Jesús esperó 30 años antes de comenzar su ministerio público.
Nada de eso fue pérdida de tiempo. Fue preparación.
Cuando dejamos que la impaciencia nos gobierne, corremos el riesgo de tomar decisiones impulsivas, de adelantarnos al plan perfecto de Dios y de perder la paz que solo viene cuando confiamos.
Esperar no es rendirse:
Tal vez hoy sientes que todo va lento, que tus oraciones no se cumplen, que las puertas no se abren. Pero recuerda: Dios nunca llega tarde, simplemente llega en el momento exacto.
Él no trabaja bajo nuestro reloj, sino según su propósito eterno.
“Mejor es el fin del asunto que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu.” — Eclesiastés 7:8
Así que cuando la impaciencia toque tu puerta, haz una pausa. Respira. Ora.
No todo lo que tarda está perdido. Algunos de los milagros más grandes toman tiempo en formarse. 🌿
Nunca olvides que:
En un mundo que corre, los hijos de Dios aprendemos a esperar.
Porque la paciencia no es pasividad, es fe en acción.
Y aunque el mundo te grite “ya”, el cielo te recuerda: “Mi tiempo es perfecto.”
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