Jesús revela cómo es Dios, cuáles son sus intereses primarios y, sobre todo, cómo actúa. Jesús afirmó esa identidad entre él y su Padre (Juan 10:30) y nos permitió descubrir en profundidad cómo es Dios en su amor y compasión (ternura). Si Dios es tierno y Jesús así lo confirmó, de nosotros se espera que también seamos promotores convencidos de la urgencia de la ternura en nuestro mundo. Esa es la forma como vivimos el principio del amor cristiano: dando, acogiendo y compartiendo con corazón solidario, como bien lo señala el teólogo italiano Carlos Rocchetta:

Hablar de ternura en una perspectiva teologal significa, en último análisis, verificar los contenidos vitales del evangelio del amor, en respuesta a la ternura de Dios-Trinidad y a la exigencia de una ternura para con el prójimo y para con el mundo que se deje plasmar por la imagen del acontecimiento pascual. La caridad es el fundamento de la ternura; la ternura impide a la caridad reducirse a una moral del deber o del “mínimo necesario”, ofreciéndole —por así decirlo— el corazón, un corazón palpitante, acogedor, que sabe dar y compartir, capaz de compasión, de benevolencia afable y de amistad gratuita. (Rocchetta, 2001, pág. 17)

En la práctica y promoción de la ternura, los cristianos cumplimos un rol profético (de anunciar y denunciar) al dar testimonio de esa virtud en una sociedad afectada por el analfabetismo afectivo.

En este sentido, la práctica de la ternura implica la reconstrucción del tejido afectivo y una bendición que salva de la indigencia emocional en un mundo afectado por la violencia. Una salud que se debe promover en todos los ámbitos de la vida social: familia, escuela, iglesia, empresa y comunidad en general. Es nuestra manera de dar testimonio del amor redentor de Dios y de anunciar su reino, que es reino de paz, justicia y reconciliación. (The World Radio Vision)

Por: Duval Rueda