Muchas veces hice “oraciones” agradeciendo por no ser tan pecador como otros. En lugar de hablar o escuchar a Dios, presumía de mis supuestas buenas obras. Tuvo que pasar años para darme cuenta que oraba como Jesús había dicho que no lo hiciera.
Cuando ores, no hagas como los hipócritas a quienes les encanta orar en público, en las esquinas de las calles y en las sinagogas donde todos pueden verlos. Les digo la verdad, no recibirán otra recompensa más que esa. Pero tú, cuando ores, apártate a solas, cierra la puerta detrás de ti y ora a tu Padre en privado. Entonces, tu Padre, quien todo lo ve, te recompensará.
Hay varias reflexiones que extraigo sobre la oración:
La oración es un tiempo de identidad con Dios, porque empezamos a ser uno con Dios
Ese tiempo transforma nuestra vida. Por ejemplo, la historia de Zaqueo. Jesús dijo “hoy ha llegado la salvación a esta casa”. No hubo oración de fe, un creer con tu corazón. No es la boca.
Nos permite reconocer que Dios es más grande que nosotros.
Nos permite vivir la vida del rey, no por un día, sino para siempre.
Cuando te arrodillas para orar, no puedes levantarte de la misma manera.
La oración es un momento de transformación.
A Dios le va mejor como rey que a nosotros.
Por: Jimmy Sarango
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