Cada vez es más evidente que ningún proyecto puede ser exitoso si la comunidad donde uno opera no lo es. Donde hay sentido de comunidad también lo hay de unidad, allí se estimula el esfuerzo y la fuerza, los valores y el carácter. Porque donde dos o se reúnen en el nombre del Señor Jesús para hacer algo transcendente Él está en medio acompañándolos en su esfuerzo.

El matrimonio, por ejemplo, al ser un proyecto de vida compartida con la persona que más amamos: nuestro cónyuge, el sentido de comunidad es lo que estimula a cada quien a buscar el bien del otro. El hogar es el espacio y lugar por excelencia donde el progreso del uno se convierte en la satisfacción de los dos.

“Los dos vivirán como si fueran una sola persona. Así que, los que se casan ya no viven como dos personas separadas, sino como si fueran una sola persona”. (Marcos 10:8 – TLA).

La paradoja de la felicidad nos enseña que cuando uno desea la felicidad propia, ese anhelo tiene éxito cuando uno se enfoca en hacer feliz a la otra persona.