¡Que complicado es diferenciar la esperanza y la terquedad!

Alguien que amamos toma distancia, un trabajo del que no nos llaman, una comunidad en la que somos lastimados y la esperanza nos lleva a pensar que las cosas mejorarán, que todo estará bien. Pasan meses y años y no nos movemos, esperando que suceda aquel milagro. Nuestros amigos nos dicen que sigamos adelante, que renunciemos y avancemos, pero no lo hacemos porque ya dejamos la esperanza y abrazamos la terquedad.

La terquedad nos lleva a pensar que lo que queremos se hará, que nuestra voluntad se cumplirá. Nuestra opinión prima sobre todo lo que nos rodea y no queremos escuchar a nadie más, no queremos ver lo que sucede.

La esperanza no nos lleva a ser humillados ni avergonzados. La esposa que dice que espera que su esposo vuelva aunque lleva años en otro hogar, debe entender que la esperanza no es pensar que el esposo regresará sino que en cualquier circunstancia, sea con él o sin él, ella estará bien.

Hay situaciones en las que la esperanza debe mantenerse: un familiar que está en un mal camino, un momento de dificultad, pero no debemos confundir la esperanza con positivismo ni con optimismo. La esperanza nos ayuda a recordar que podremos caminar aunque las cosas alrededor se caigan. No nos promete que se cumplirá lo que queremos sino que, a pesar de lo que suceda saldremos adelante.

Aunque no den higos las higueras,
ni den uvas las viñas
ni aceitunas los olivos;
aunque no haya en nuestros campos
nada que cosechar;
aunque no tengamos vacas ni ovejas,
siempre te alabaré con alegría
porque tú eres mi salvador.

Habacuc 3:17-18