Una relación que se construye con solidez no puede descuidar el cultivo de la espiritualidad. Significa que todo matrimonio tiene su fuente, fundamento, modelo y fin último en la identidad trinitaria de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, coexistiendo en armonía perfecta, lo cual nos enseña a tener una relación en unidad, entrega, generosidad, pureza y propósito, como expresión sobrenatural del amor.
Unidad: Propiedad indivisible de algo. Nos enseña que al matrimonio no puede llegar ni terminar a la ligera. Además de ser indivisible, la “unidad” contiene la idea de que se le debe hacer sentir a su cónyuge como una persona única y exclusiva.
Entrega: Actitud de dedicación y devoción por otra persona para restituir, cuando hiciera falta, frente a las consecuencias de las ofensas o cualquier crisis.
Generosidad: Desprendimiento y desacomodo personal por el bien de la otra persona. Por generosidad uno se desacomoda para dar paso al servicio en el hogar, por ejemplo, si los dos cónyuges trabajan fuera de casa, la carga de actividades domésticas deben ser distribuidas de manera equitativa, caso contrario se generará tensión.
Pureza: Delimita la rectitud y autenticidad para el acoplamiento con la otra persona. Así como en el reloj mecánico, las pequeñas ruedas dentadas se engranan entre sí para marcar el tiempo con exactitud, en el matrimonio los cónyuges deben caminar en la vida de manera sincronizada considerando a la pureza como el eslabón que acopla (articula) su vida.
Propósito: Establece que la relación tiene un sentido y razón de ser. Responde de manera satisfactoria a los porqués de estar y permanecer juntos.
Por Duval Rueda
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