La Sabiduría hace oír su voz en las calles; clama en la plaza pública.
La Sabiduría clama a los que están reunidos frente a la entrada de la ciudad y a las multitudes por la calle principal: «Simplones, ¿hasta cuándo insistirán en su ignorancia?
Burlones, ¿hasta cuándo disfrutarán de sus burlas? Necios, ¿hasta cuándo odiarán el saber? Vengan y escuchen mi consejo.
Les abriré mi corazón y los haré sabios.
Los llamé muy a menudo, pero no quisieron venir; les tendí la mano, pero no me hicieron caso. No prestaron atención a mi consejo y rechazaron la corrección que les ofrecí. ¡Por eso me reiré cuando tengan problemas!
Me burlaré de ustedes cuando les llegue la desgracia, cuando la calamidad caiga sobre ustedes como una tormenta, cuando el desastre los envuelva como un ciclón, y la angustia y la aflicción los abrumen.
Entonces, cuando clamen por ayuda, no les responderé. Aunque me busquen con ansiedad, no me encontrarán. Pues odiaron el conocimiento y decidieron no temer al Señor.
Rechazaron mi consejo y no prestaron atención cuando los corregía. Por lo tanto, tendrán que comer el fruto amargo de vivir a su manera y se ahogarán con sus propias intrigas. Pues los simplones se apartan de mí hacia la muerte. Los necios son destruidos por su despreocupación. En cambio, todos los que me escuchan vivirán en paz, tranquilos y sin temor del mal».
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