El mensaje del arrepentimiento es uno de los llamados más repetidos y urgentes de toda la Biblia. No nació de una idea religiosa ni de una tradición humana, sino del corazón mismo de Dios buscando restaurar nuestra relación con Él. Lo interesante es que este llamado fue proclamado en tres momentos distintos y por tres voces fundamentales: Juan el Bautista, Jesús y Pedro. Cada uno habló la misma verdad, pero desde una etapa diferente dentro del plan de salvación.
Todo inicia con Juan el Bautista, el último de los profetas antes de la llegada del Mesías. Su misión estaba clara: preparar al pueblo para recibir al Salvador. En Mateo 3:2 predicó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Para Juan, el arrepentimiento implicaba reconocer el pecado y enderezar los caminos, porque el Rey estaba por llegar. Era un mensaje de preparación, una antesala del cumplimiento prometido por siglos.
Luego, cuando Jesús comenzó su ministerio, proclamó las mismas palabras: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Pero en Su boca ese mensaje adquirió un significado más profundo: ya no era que el Reino se aproximaba, sino que había llegado con Él. Jesús no solo anunciaba salvación, Él era la salvación hecha presente. El arrepentimiento ahora incluía un acto de fe: creer en el Hijo de Dios y seguirlo como Señor.
Finalmente, después de la muerte y resurrección de Cristo, encontramos a Pedro predicando nuevamente un llamado al arrepentimiento. En Hechos 3:19 declara: “Así que arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”. Esta vez el mensaje va más allá de reconocer la culpa: ahora implica un giro de dirección total hacia Cristo resucitado. Pedro anuncia que el sacrificio ya fue hecho, que el perdón ya está disponible y que volver a Dios trae descanso y renovación al alma.
Aunque es un mismo mandato, las diferencias están en el momento y el enfoque:
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Con Juan, el arrepentimiento prepara el corazón para recibir al Mesías.
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Con Jesús, el arrepentimiento nos invita a creer en el Rey ya presente.
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Con Pedro, el arrepentimiento nos abre a la vida nueva que Cristo ya ganó.
Hoy, ese mismo llamado continúa vigente. Dios sigue mostrando amor al señalar lo que nos destruye y al mostrarnos el camino de regreso a Él. Arrepentirse no es un acto de vergüenza, sino un acto de valentía y humildad que nos devuelve al propósito original: vivir cerca de nuestro Creador. Convertirse es cambiar de rumbo, abandonar la oscuridad y volver el rostro hacia Jesús, quien es el único que puede borrar los pecados y traer auténticos tiempos de refrigerio.
El mensaje no ha cambiado porque Dios tampoco cambia. Su deseo sigue siendo el mismo: que volvamos a casa, que dejemos atrás lo que nos esclaviza y recibamos la vida abundante que Él ofrece. Arrepentirse y convertirse es más que obediencia… es aceptar el abrazo del Padre que nunca dejó de buscarnos.
Versículo clave para recordar:
“Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados…” — Hechos 3:19
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