En la familia, todos cometemos errores. A veces sin querer herimos a los que más amamos, con palabras que no medimos, decisiones impulsivas o silencios que duelen. Lo cierto es que ninguna familia es perfecta, pero hay algo que puede marcar la diferencia entre una familia que se destruye… y una que sana: el perdón.
¿Por qué cuesta tanto perdonar?
Porque implica humildad. Porque muchas veces preferimos tener la razón que tener paz. Y porque sanar duele. Perdonar no significa olvidar lo ocurrido ni justificar una mala acción. Perdonar es soltar el derecho de vengarse, es elegir liberar el corazón del veneno de la amargura.
El perdón no es una emoción, es una decisión. Es ese acto silencioso que muchas veces no se nota, pero transforma todo.
El ejemplo de Dios:
La Biblia nos enseña que el perdón es el lenguaje del cielo. ¿Qué sería de nosotros si Dios nos pagara conforme a lo que merecemos? Sin embargo, una y otra vez, Él nos extiende misericordia.
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”
— Colosenses 3:13 (RVR1960)
En el hogar, aplicar este principio es vital. No podemos esperar familias unidas si cada error se guarda como un trofeo de rencor. Las heridas no se sanan escondiéndolas, sino trayéndolas a la luz con amor y disposición de restaurar.
Perdonar no siempre se siente bien, pero siempre hace bien:
Tal vez fuiste herido por alguien cercano. Tal vez fuiste tú quien falló. Sea como sea, el perdón no es solo para el otro: el perdón también te libera a ti.
Cuando decidimos perdonar, rompemos las cadenas del orgullo, el resentimiento y el pasado. Y esa libertad se nota: en cómo hablamos, en cómo criamos a nuestros hijos, en cómo tratamos a nuestra pareja o a nuestros padres.
Una invitación al corazón:
Si hay algo que aún pesa en tu corazón dentro de tu familia, habla con Dios. Dile que te ayude a perdonar, o a pedir perdón si es necesario. No estás solo en esto. Dios es experto en restaurar lo que parece roto.
Haz del perdón un hábito en tu hogar. Que tus hijos vean que aunque hay errores, también hay amor que repara. Porque al final, una familia sana no es la que no se hiere, sino la que sabe sanar junta.
Encuéntranos como: Radio Hcjb2
Deja tu comentario